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Nostalgia

Por: María de las Nieves Rico Márquez

Esta semana se ha celebrado el día del libro, y ello me ha recordado que hace poco tiempo, en un club de lectura al que pertenezco leímos “La papelería de Tsubaki”,  de Ito Ogawa (Ed. Navona, enero 2024), que  no es un libro trepidante, pero  precisamente eso es lo que lo hace especial. En síntesis, trata de una chica que regresa a la ciudad en la que creció con motivo del fallecimiento de su abuela,  y se hace cargo del negocio de ésta, una papelería.

          En la citada papelería, además de vender los objetos propios de ese establecimiento, Hatoko, la protagonista, redacta cartas por encargo, de todo tipo (amor, desamor, negocios, condolencias, etc), y es entonces cuando he sentido nostalgia.

          Hatoko recibía a sus clientes  en su tienda de forma pausada, les hacía acomodarse, les ofrecía  algún tipo de té o  dulces, todos diferentes y escuchaba atentamente cuál era el objeto de misiva que habría de redactar. A continuación,  ella seleccionaba, no sólo el contenido y el tono de la carta en función de a quién iba dirigida, sino el papel o incluso la pluma adecuada a tal fin. Esto me recordó a un tiempo en el que también nosotros nos comunicábamos por correspondencia y ahora esa acción la concibo como acto de generosidad.

          En efecto, una vez que tenías decidido que era hora de escribir a alguien, te dirigías a la papelería para elegir el papel, pues los había de todos los tamaños, colores e incluso olores, para, posteriormente, comprar un sobre y el sello adecuados. Llegados a casa, tenías que sentarte, parar, reflexionar y pensar en la otra persona, qué le ibas a contar, cuáles eran tus sentimientos o tus últimas vivencias, e incluso dabas respuestas a preguntas que  el destinatario te podría formular como si de una conversación se tratara. Finalmente, tenías que buscar el buzón donde habrías de depositar la carta. A ello le seguía cierto nerviosismo, pues lo lógico era que días o semanas después te convertirías en el destinatario de la carta que daría respuesta a la que tú enviaste. 

          En época navideña era preceptivo mandar el correspondiente christmas a la familia o amigos, previamente  adquiridos en la tienda o, muchas de las veces,  se trataba de christmas confeccionados por nosotros en la clase de plástica o pretecnología. Es más, cuando ibas de viaje, uno de  los regalos o recuerdos más típicos era comprar una postal con una imagen del lugar en el que estabas, lo que constituía una prueba fehaciente de que, ciertamente, habías estado en ese sitio. Actos todos ellos, insisto, de generosidad, de pararse a pensar que a otra persona le podría gustar aquello que te habías parado a  elegir  y comprar.

          Sin embargo, ahora todo son prisas e inmediatez. Basta con un whatssap, que a  modo de ejemplo, se diga “qdamos mñana? (seguido de unas manos a modo de rezo o el emoji de la flamenca), a lo que puede seguir una respuesta como: “ (emoji de cara triste con una lágrima saliendo del ojo) otro día (seguido de emoji de cara lanzando un beso). Actos de comunicación que, además de aberraciones o patadas al diccionario y a la ortografía, constituyen, en muchas ocasiones,  verdaderos actos de descifrado de jeroglíficos.

          O algo peor todavía. Hace unos días uno de mis hijos quedó con sus amigos y al recogerlo los ví a todos sentados, inmersos en un silencio casi sepulcral. Les pregunté que por qué no estaban jugando o hablando, y ellos, casi ofendidos, me aseguraron que estaban hablando, y la verdad es que así era, pero a través de sus teléfonos móviles.

          Y eso es a lo que me refería con un acto de generosidad. Antes, encontrabas siempre un momento para conversar con otra persona, o sentarte y pensar en ella para dedicarle unas palabras, no importaba cuáles, las suficientes y precisas para evidenciarle que seguías ahí.

          Retomando el argumento del libro, otro de los personajes que me parece entrañable es Bárbara, una señora de avanzada edad, que pese a sus años no escatimaba el tiempo, ni sus esfuerzos en  hacer todo tipo de actividades, bien sola o acompañada de sus amigos. Bárbara era la vecina de la protagonista, y siempre tenían tiempo para desayunar juntas, tomar un café o simplemente saludarse cada mañana al asomarse a su ventana. De hecho, define mucho a este personaje una frase del libro. Hatoko le preguntó cuál era su estación favorita, a lo que ella respondió “Todas ¡faltaría más! -ni siquiera tuvo que pensarlo- En primavera florecen los cerezos, en verano, puedes ir a nadar, en otoño, la comida sabe mejor, y en invierno, las estrellas son más bonitas que nunca y el mundo parece en paz”.

          En cambio, ahora creo que es más difícil encontrar a alguien que conozca a los vecinos de su edificio y no es inusual que cuando entras en un ascensor,  la persona que esté dentro sustituya el saludo por una inclinación de la cabeza hasta el suelo, buscando su móvil para consultar cualquier cosa, pese a saber que la cobertura no es buena,  para hacer menos incómoda la llegada  a la planta de destino y evitar cualquier cruce de palabras con una persona desconocida.

          Con todo esto no quiero decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero quizás sí que hemos olvidado cultivar nuestras relaciones de amistad, familiares, etc.

          En definitiva,  como  expresé al comienzo del artículo, este libro no es trepidante, pero sí constituye una exaltación al disfrute de cada día, de cada instante, de pararse a escuchar y compartir momentos con quienes nos rodean,  dedicarles tiempo. Sé que esto resulta ñoño o empalagoso,  quizás estoy en un momento especialmente sensible, pero valoro esos momentos. Aún así, soy una persona muy afortunada, pues mi familia siempre tiene tiempo para mí y especialmente, tengo amigas, muchas de ellas “judiciales”, y ellas saben quiénes son, que siempre buscan ese hueco, para hablar de cualquier cosa, no tiene por qué ser nada profundo, ni trascendental, pero siempre me arrancan  unas risas, que no sólo sonrisas. Son personas medicina.

          La moraleja, si la hubiera, es que disfrutéis de todo aquello que nos rodea, del día a día, en definitiva, como diría nuestra Bárbara, convertid todas las estaciones en vuestra favorita.

María de las Nieves Rico Márquez

Magistrada – Juzgado de lo Social nº 4 de Sevilla