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SEVEN_Por Carmen Romero Cervera

SEVEN

 

Aún con precedentes griegos y romanos precristianos en la Ética a Nicómano y en las Odas de Horacio, los siete pecados capitales acompañan al hombre desde que el mismo está sobre la faz de la tierra y fueron glosados por los teólogos. Como curiosidad, diremos que originariamente fueron ocho y que fue el Papa Gregorio Magno quien  los redujo a siete, manteniéndose ese número por todos los teólogos hasta nuestros días.

Recordemos; los pecados cardinales o vicios capitales son la soberbia, la pereza, la gula, la avaricia, la lujuria, la ira y la envidia.

Vivimos tiempos en los que la soberbia y la ira, unidas a la polarización social que hay en múltiples aspectos, van de la mano y se reparten por igual entre ambos bandos.

La pereza también está en pleno auge; día a día vemos como la capacidad de sacrificio y superación se va sustituyendo por caminos llenos de atajos que ofrecen fortunas a cambio del mínimo esfuerzo.

La gula nunca pasa de moda; es un pecado en auge y si la aplicamos no sólo al ámbito estrictamente físico sino que nos adentramos en el campo informativo, vemos que es tal la saturación de noticias que tenemos que no nos da tiempo a hacer la digestión entre ingesta e ingesta. La satisfacción de esa gula informativa se encuentra, en estos tiempos, en muchas ocasiones, altamente adulterada con “sustancias tóxicas” que hacen que se nos revuelva el estómago “intelectual”, rozando la náusea; “snack news”  llama Pedro Baños a esa infinidad de titulares, muchas veces carentes de desarrollo, llamativos, que ingerimos por nuestras retinas, sobre todo los que nos movemos en redes sociales, llegando al final del día, en muchas ocasiones, con digestiones pesadas.

La lujuria es algo tan antiguo como la humanidad; convendrán conmigo que la mayoría de los escándalos siempre han surgido por temas de alcoba, da igual el estrato social en el que nos movamos, es algo que afecta a Reyes y a mendigos, con la diferencia que los actos de estos quedan en su limitado ámbito de acción.

Y vamos ahora con el pecado que me ha llevado a escribir estas líneas: la envidia, el que yo llamo “el gran deporte nacional”.

Desde que la nueva promoción de jueces se ha incorporado a la escuela judicial el pasado once de enero, son varios los diarios que se han hecho eco, como ocurre en todas las promociones, de quienes son los opositores más jóvenes que han aprobado. Ahora mismo, tengo localizadas a dos de las futuras compañeras que con 24 años han demostrado ser capaces de superar las oposiciones de judicatura; son Carolina Herrera y Marina Bueno, malagueña  y vallisoletana, respectivamente. Vaya por delante mi enhorabuena y reconocimiento a ambas, debiendo aquí reconocer mi pecado capital de envidia al ver que tienen la mitad de los años que tengo yo, pero no hay que desesperar, con un año más entré yo en la Escuela Judicial y el tiempo es implacable para todos y malo del que no esté para contarlo.

Pero, a lo que íbamos. Como decía, tras publicarse la noticia respecto de Carolina y Marina muchos fueron los que, en redes sociales, se lanzaron como hienas a echar su bilis sobre la juventud de los jueces; que si con 24 años no se tiene experiencia de vida, que si no es adecuado que una persona tan joven se encargue de la libertad y la hacienda de los demás, algunos tuits incluso hablaban de “esta niña”, utilizando un tono absolutamente despectivo.

En primer lugar “estas niñas” (en el sentido más cariñoso de la palabra y con todos mis respetos) han demostrado tener una capacidad de sacrificio y trabajo que ya la quisieran para si muchas cuarentonas que no han  trabajado en su vida y que, por circunstancias que no vienen aquí al caso, se han encontrado al mando de muchos servicios públicos, manejando cantidades ingentes de dinero “por ser vos quien sois, bondad infinita”.

Estas niñas han demostrado ser capaces adquirir unos conocimientos jurídicos que muchos de los “opinadores” de este país no los alcanzarán ni naciendo cuatro veces.

De unos años a esta parte y en los últimos meses se ha acrecentado exponencialmente, el ataque a la judicatura es absoluto; aún cayendo en la incoherencia. No se puede ser un buen juez con 24 años porque no tenemos experiencia de vida pero luego nos tildan de  ser un cuerpo integrado por gente mayor totalmente desvinculada de lo que es la sociedad actual. En qué quedamos ¿somos demasiado jóvenes o somos demasiado viejos los que impartimos justicia?. Si de experiencia se trata, ¿qué experiencia se le ha de exigir a un forense cuando muchos de sus informes se refieren a muertos? ¿Acaso no puede ser un buen ginecólogo un hombre porque no tiene experiencia en dolores menstruales?

Es obvio que los jueces incomodamos y mucho, cada día más, por eso el ataque es constante y con argumentos contradictorios y enfrentados, son ataques que pretenden sorber y soplar al mismo tiempo: o somos jóvenes o somos viejos, no podemos ser las dos cosas a la vez.

En cualquier caso, independientemente de la edad y la experiencia, el juez lo que ha de hacer es interpretar la ley y aplicarla, dejando a un lado su experiencia puesto que este es un elemento que en modo alguno garantiza el acierto en su resolución.

Como decía, el gran deporte nacional es la envidia; si mi amigo tiene un Ferrari y yo un coche  viejo y desvencijado, no seré yo el que   aspirare a tener un Ferrari, mi deseo va a ser que mi amigo deje de tener su flamante coche y pase a tener uno como el mío. Eso es España: envidia. Si yo no soy capaz de alcanzar algo, mi alegato  no va a ser un reconocimiento al que lo ha logrado, sino una crítica al mismo. Una pena pero es así.

En la película Seven desgranaban los siete pecados capitales. Ahí tenían a Brat Pitt. Sería al menos un consuelo que en este país, además de los siete pecados capitales, le tuviéramos también a él pero me temo que va a ser que no.

Carmen Romero Cervera

Magistrada. Juzgado de lo Contencioso-Administrativo nº 2 Mérida