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DESPEDIDA
Por: María de las Nieves Rico Márquez
Llegó diciembre y con ello el momento de escribir el último artículo del año, con la consabida duda sobre el tema a abordar. Así que me siento y he decidido dejarme llevar. Desde la mesa en la que estoy escribiendo atisbo las luces del Belén que hemos puesto durante el pasado puente de la Inmaculada, porque sí, somos de tradiciones, y la decoración navideña se tiene que poner en el puente, dado que creo que la única arena que tiene que haber es la que rodea el portal de Belén y no la arena que se haya metido entre nuestros dedos al salir de la playa. Todo se vive de forma muy precipitada. Bueno… he de confesar que hay una cosa en la que sí sucumbimos en la familia y es que, prácticamente desde el día del Pilar, han caído «algunas» (concepto jurídico indeterminado) tabletas de turrón Suchard, el clásico.
Al 2024 le quedan pocos días y es hora de hacer balance. Ahora entiendo a mi madre cuando al llegar estas fechas dice que le produce tristeza o nostalgia por aquellos que faltan, aunque, paradójicamente, lo disfrazamos de brillantina y confeti, especialmente si hay niños en la familia, quizás con el afán y el anhelo de que el año que viene será mejor.
Mirando atrás la conclusión es que este año ha sido una auténtica montaña rusa. En el plano profesional, voy a finalizar con un número récord de resoluciones, lo que no implica que haya disminuido la pendencia; la sobrecarga en la jurisdicción social lejos de resolverse se incrementa; en mi Juzgado hemos recibido la visita de la Inspección del CGPJ con el trabajo que ello conlleva. Sin embargo, por otro lado, he asistido a cursos y encuentros en los que he «desvirtualizado» (me encanta esta palabra y no veía el momento de utilizarla) a compañeros y he alcanzado nuevas metas que constituyen todo un reto, pero que lo considero como algo ilusionante.
No obstante, ha sido también un año de despedidas, despedidas de personas que se han marchado a otra jurisdicción, pero también de personas que nos han dejado para siempre.
Ya han pasado algunos meses, pero no por ello se le ha olvidado. El pasado 1 de julio falleció nuestro compañero Pablo Surroca Casas, Magistrado del Juzgado de lo Social nº 3 de Sevilla. Aún recuerdo el día que llegó al Social, procedente de un Juzgado de lo Contencioso-administrativo de Bilbao, alto, con su acento madrileño, pero inmediatamente se integró, porque tenía un gran sentido del humor, y casi sin darnos cuenta ya era uno más, parecía que hubiera estado allí toda la vida. Ahora bien, no os voy a engañar, pensábamos de forma diametralmente opuesta, con opiniones muy dispares en algunos asuntos. De hecho, teníamos auténticas discusiones jurídicas, a sabiendas de que no íbamos a convencer al otro, pero tampoco lo pretendíamos. Era enriquecedor. No obstante, a renglón seguido, varios compañeros nos íbamos a comer y nos reíamos de las anécdotas del día o las travesuras de nuestros hijos. Era un apasionado del Derecho y especialmente del Derecho laboral.
A raíz de esto, y leyendo en los últimos días algunos artículos, me ha venido a la mente el tema que, de forma recurrente, suele salir a la palestra, y es que los jueces son hijos de jueces o, al menos en su mayoría. En mi caso nada más lejos de la realidad. Mi madre ha sido y es ama de casa y mi padre trabajaba en la empresa privada. No se lleven a engaños, no como directivo o gerente, sino oficial 1ª. Es más, en mi familia nadie ha estudiado Derecho. Gracias al sacrificio y esfuerzo de mis padres hoy puedo estar aquí. Recientemente he leído «Tinta invisible» de Javier Peña (Edit. Blackie Books, 2024), en el que tras fallecer su padre (no es spoiler) termina el libro diciendo: «El único material que heredé de él fueron unos zapatos que me quedan grandes y un abrigo con clínex usado en el bolsillo. Aparte de eso, solo me dejó todo lo que soy». Pues eso, gracias a ellos soy todo lo que soy y me ha llevado hasta este trabajo, muchas veces desprestigiado, pero apasionante, altamente exigente (creo que debe serlo), que implica una gran responsabilidad (es consustancial a la labor), pero que me ha permitido conocer a personas como a Pablo, que indudablemente no hubiera podido conocer en otras circunstancias. Han sido y son personas de las que siempre aprendo, que escuchan, que dan consejos, y algunas ya las conocí en la Escuela Judicial, y no con todas estoy de acuerdo en todo, pero nos queremos, nos apoyamos y lo más importante, nos respetamos. ¿No es maravilloso? A mí me lo parece.
No obstante, y pese a estos altibajos, que son la esencia misma de la vida, no puedo más que estar agradecida, porque ha sido un buen año. Aprovecho para dar las gracias a esas personas que me acompañan, me apoyan y constituyen un pilar en mi vida; al APM por ofrecerme esta ventana en la que oso escribir; a mis compañeros del blog por su generosidad, siempre tienen unas palabras amables para los que escriben cada semana, y evidentemente a vosotros que estáis leyendo estas líneas y dedicáis unos minutos de vuestra vida a leer alguno de mis artículos, que no tienen más aspiración de ser un pequeño paréntesis en vuestras jornadas maratonianas.
Pero no me gusta acabar triste o melancólica, o no del todo, así que sepáis que, a falta de veinte días para que acabe el año, tengo en mis manos el horario de clases del gimnasio para 2025.
PD. Para quien no sepa a qué me refiero, le invito a que lea mi artículo de septiembre de este año.
Feliz Navidad a todos y Próspero Año Nuevo.
(En memoria de Pablo Surroca Casas).
María de las Nieves Rico Márquez
Magistrada Juzgado de lo Social nº 4 de Sevilla