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MUCHO CINE, SI. Y LA MÚSICA… ¿QUÉ? – María Carmen Romero Cervero
MUCHO CINE, SI. Y LA MÚSICA… ¿QUÉ?
Ganas teníamos de que terminara 2020 pero, tal y como ha empezado el 2021, no me equivoco si digo que, al ritmo que vamos, terminaremos echando de menos al pasado año antes de lo que pensábamos.
Amén de continuar con la triste pandemia que hace ya un año nos asola, los acontecimientos ocurridos en las primeras semanas del presente año (asalto al Capitolio, nevadas que han paralizado ciudades completas, ritmo en las vacunaciones, subidas de la luz…) son tan variados que darían para escribir bastantes artículos reflexionando sobre la situación en la que nos encontramos, pero como la realidad es como es, la escritura es una buena forma para, dentro de lo gris, poner a la vida un poco de color y esa es la intención de estas líneas.
Son muchos los artículos que se han escrito sobre el cine y los Juzgados, examinando minuciosamente películas como “Matar a un ruiseñor”, “Doce hombres sin piedad”, “Philadelphia”, “Anatomía de un asesinato”… pero pocos los que se han escrito sobre música y juzgados; porque, no nos engañemos, los juzgados y todo su universo ha sido fuente de inspiración de muchísimos temas musicales que, a los melómanos, nos han acompañado durante nuestras vidas; a poco que rasquemos en la música, nos encontraremos con Decanos, Policías, ladrones, Juzgados de Guardia, libros de derecho romano, incluso de derecho administrativo…..
La única intención de estas líneas es, mediante un puñado de canciones, hacer un relato amable del lugar donde muchos de nosotros, pasamos muchas horas de nuestra vida, intentando evadir, siquiera un poquito, al lector de estos días que estamos viviendo.
Sin duda, el mundo del derecho ha sido fuente de inspiración para muchos artistas; a nadie en su sano juicio se le ocurriría hablar del Derecho romano en una canción salvo a él …..Un Pingüino en mi ascensor; tenía tanto valor que era capaz de introducir de rondón en la letra de una canción no sólo el derecho romano sino también el derecho administrativo; en lo que a la primera asignatura se refiere, baste repasar la letra de “El Balneario”, en la que un amable viejecito, harto del aburrimiento, después de llamar al Notario para desheredar a su sobrino Zacarías, planea una serie de actos delictivos –que no seré yo la que reproduzca aquí- y tiene la confianza de que el Comisario “no sospecharía de un pobre anciano, abstraído al estudio del derecho romano y la filosofía oriental”.
Y siguiendo con El Pingüino, ya anunciábamos más arriba que también le daba al derecho administrativo y todo mientras estaba “Espiando a mi vecina”, con el telescopio que se había comprado con el sueldo del último mes y tras haber empeñado, además, los candelabros y la venta del pequinés; pero como la noche previa se le había complicado, terminó reconociendo que “la resaca de anoche va a durarme un mes, el libro de derecho administrativo, sigue en la página número seis”.
Sin duda, la rama del derecho que más ha inspirado a nuestros artistas ha sido el derecho penal y uno de los que más ha escrito inspirándose en ese ambiente ha sido, para mí, uno de los más grandes; Joaquín Sabina.
El de Úbeda tiene la capacidad de, en muchas de sus canciones, contarnos una breve historia que, desarrollada, bien podría ser una nueva novela negra. Y como ejemplo, las siguientes.
Comencemos por lo que, desgraciadamente, nos encontramos muchas veces en el Juzgado de Guardia, el detenido que sorprende a todos porque nadie de su entorno podría imaginarse que terminara cometiendo una atrocidad y a ese individuo Sabina le llama “Ciudadano cero”; la historia comienza con el Comisario, tras el crimen, que comienza a hacer pesquisas para descubrir la personalidad del delincuente y ahí está, el dueño del hostal donde se había hospedado aquel y al que describe, el hospedero, como “un individuo de esos que se callan por no hacer ruido, perdedor asiduo de tantas batallas que gana el olvido” (…) “nunca dio el menor motivo de alarma, señor comisario, nadie imaginó que escondiera un arma dentro del armario” y, así en primera persona, ese “Ciudadano cero”, que podría ser muchos de los detenidos que, tras su crimen buscaban un minuto de gloria en los telediarios, grita “cuando lo metían en una lechera, por fin detenido, <ahora –decía- sabrá España entera mis dos apellidos>”. ¿Cuántos nombres propios podríamos ponerle a ese Ciudadano cero todos los que hemos hecho una guardia?.
Siguiendo con el de Úbeda y con otro de sus temas, “Cuando era más joven”, cargado de añoranza y nostalgia por los tiempos pasados, nos cuenta como “cuando era más joven viajé en sucios trenes que iban hacia el norte, y dormí con chicas que lo hacían con hombre por primera vez, compraba salchichas y olvidaba luego pagar el importe, cuando era más joven me he visto esposado delante del juez”.
Y, sin duda, hablar de Sabina y de “chorizos” es hablar de ese “Pacto entre caballeros”; en los escasos cuatro minutos que dura el tema, hace un buen repaso por el Código Penal y se lleva por delante bastantes bienes jurídicos y de distinta naturaleza. Veamos: todo empieza una noche cualquiera del mes pasado, “puede ser que fuera trece, ¿qué más da? Pudiera ser que fuera martes?” cuando al propio Sabina, que iba paseando por la calle, le atracaron unos jóvenes, tan jóvenes que “no pasaba de los veinte el mayor de los tres chicos que vinieron a atracarme el mes pasado”, el dinero lo querían para “subvencionarse un pico”; los objetos robados fueron “diez quinientas y un peluco marca Omega”, el tipo delictivo fue robo con violencia pues usaron un pincho de cocina que le colocaron a Sabina en la garganta; en pleno robo, uno de los sujetos activos del delito reconoció al sujeto pasivo y le dijo “oye, colega, te pareces al Sabina, ese que canta”, a partir de ahí, se desata una historia de camaradería entre los cuatro que los lleva “a una barra americana” en la que “controlaban tres fulanas” (otro tipo penal más) pero a Sabina le reservaban los encantos de una “tal Maruja la cachonda”; después de echar allí el rato, “protegidos por la luna cogieron prestado un coche” (otro delito más que sumar) a Sabina le dejaron en su domicilio y le dijeron “enróllate y haznos una copla guapa, de las tuyas” le gritaron y además “le devolvieron intacto con un guiño su dinero, la cadena, la cartera y el reloj” (aquí yo veo un arrepentimiento espontáneo y reparación del daño) y Sabina, que siempre cumple un pacto “cuando es entre caballeros, les tenía que escribir esta canción”; al final, pasados unos meses, los tres muchachos volvieron a liarla y en el asalto al chalet de un millonario (otro tipo más: robo en casa habitada) “en la puerta le esperó la policía, mucha, mucha, policía….”.
El mundo de los crímenes y los juzgados también ha sido cantera para la copla, quien no recuerda a La Parrala negando las cosas ante el Juez; recordemos la historia; de La Parrala no se sabía muy bien si era de “Mogué” o era de “La Parmá”, las malas lenguas decían que le daba a la botella, “unos decían que sí, otros decían que no”; la cuestión es que La Parrala lloraba y bebía y todos se preguntaban por qué hasta que “dos hombres riñeron una madrugá dentro del colmado donde ella cantaba, y el que cayó herido dijo al expirar” por tu culpa ha sido Trini la Parrala;” y ahora…..llegamos nosotros: “los jueces al otro día, a la Trini preguntaban si a aquel hombre conocía y la Trini contestaba. Yo no lo he visto en mi vida ni sé por qué lo mataban”. Al final….el misterio no se desvela y remata la copla con aquello de “¿quién me compra este misterio?, adivina adivinanza; ¿por quién llora, por quién bebe, por quién sufre la Parrala?”
Siguiendo con el tema penal y centrándonos ahora en los Juzgados de Violencia de Género, podemos aquí recordar a Fito Páez y su “Llueve sobre mojado”, cuando habla de que “ayer Julieta denunciaba a Romeo por malos tratos, en el Juzgado, cuando se acuestan la razón y el deseo, llueve sobre mojado”, algo tan repetido en uno de esos Juzgados a los que me he referido.
“El juzgado 23”, de Rocío Durcal, no se anda con rodeos ni en cuanto al escenario ni en cuanto al destinatario del mensaje que no es otro más que ese Juez que va a firmar un alejamiento entre dos personas que se han querido; la citación se la habían hecho a las partes a las 10 de la mañana y la imagen que describe, recuerda también a un juzgado de violencia de género cuando dice “tengo miedo de encontrarlo, siento ganas de abrazarlo de preguntarle por qué” y el mensaje que le lanza la protagonista de la historia al Juez no tiene desperdicio “Cómo puede señor Juez, usted que ha estudiado tanto, no reconocer el llanto de dos que se quieren tanto ante Dios y frente a usted; cómo puede señor Juez solamente en un segundo, cambiarle a la vida el rumbo y acabar con nuestro mundo, con su firma en un papel”.
Si en los últimos años alguien está obsesionado con los jueces (y he tenido la suerte de decírselo en persona) ese es Rulo y la Contrabanda, además de no tener mucha fe en los abogados de oficio, cuando en “Noviembre” dice “¿Cómo voy a conseguir dejarme de vicios? Si tengo menos voluntad que mi abogado de oficio” en “32 Escaleras” termina reconociendo, respecto de su chica que “te hiciste mi musa, de cabecera, mi jueza, mi abogada, mi carcelera”; pero si hay un tema delicado para describir una ruptura amorosa ese es “Polaroid”; metafóricamente, describe la ruptura de una relación diciendo cosas como estas : “Quedan tus huellas dactilares en mi espalda, la policía ha abierto una investigación, el forense dijo aquí la cosa está muy clara, los culpables del destrozo fueron dos. Quedó metralla en las paredes. Aún huele a pólvora el salón. Dos egoístas enfrentados. Otros lo llaman amor”. En fin….parece el acta de un levantamiento de cadáver.
Y, como colofón, llegamos ya a la sentencia, nunca una condena “A trabajos forzados” fue tan delicadamente escrita como lo hizo Antonio Vega; por lo corta y bella que es, creo que merece la pena transcribirla entera: “A trabajos forzados me condena, mi corazón, del que te di la llave. No quiero yo tormento que se acabe y de acero reclamo mi condena. No concibe mi alma mayor pena, que libertad sin beso que la traba, ni castigo concibe menos grave que una celda de amor contigo llena. (…) Que ningún juez declare mi inocencia porque en este proceso a largo plazo buscaré solamente la sentencia a cadena perpetua de tu abrazo”.
Concluidas, pues estas líneas, con una sentencia como la que buscaba Antonio Vega, nada más que añadir; sólo seguir disfrutando de la música que, en tiempos como lo que nos toca vivir, ayudan mucho a llevar el peso de los acontecimientos.
María Carmen Romero Cervero
Juzgado de lo Contencioso-Administrativo nº 2 Mérida-Badajoz