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Justicia y cine_Elena de Oro Garnacho

Justicia y cine

Me resulta abrumador cómo el marketing político ha llegado a desdibujar la conciencia de justicia de la sociedad llevando a personas y colectivos a actuar como grupos de presión judicial por medio de manifestaciones mediáticas o ciudadanas, repitiendo sin cesar consignas electoralistas que desean ver reflejadas en sentencias de toda índole.

El mensaje que muchos juristas queremos transmitir solicitando, no solo que rijan principios esenciales del derecho como la presunción de inocencia, el principio de legalidad, el principio acusatorio del derecho penal o el de proporcionalidad de las penas, no cala en la sociedad, puede que,  por la mecánica de rapidez que impone el actual sistema de clickbait como medio acceso a la información, o incluso porque -aunque resulte sorprendente- cada vez somos menos los que rechazamos juicios en un plató de televisión o sentencias de salón dictadas por las masas sobre la base de informaciones sesgadas.

Es por ello que me gustaría dirigir este articulo a educadores y especialmente a profesores de secundaria de bachillerato para animarles a incluir, si quiera brevemente, entre sus contenidos la forma más sencilla de acercar estos conceptos a quienes en el futuro pueden conformar nuestras nuevas mayorías sociales, los jóvenes. No les pido que introduzcan en sus temarios contenidos ajenos -extrañamente- a los planes de estudios, como la diferencia entre lo que son derechos fundamentales y principios rectores de la política social y económica; tampoco -y ya me gustaría- que hagamos saber a los más jóvenes que sus derechos tienen límites pero que esos límites no deben ser arbitrarios. Tan solo les propongo que lleven a nuestros estudiantes la forma más amena y cercana de acercarse a conceptos que inicialmente pueden resultar densos, les propongo que de forma puntual lleven el cine a las aulas, dándoles la oportunidad a los alumnos de descubrir por si mismos los pilares jurídicos que vertebran nuestra sociedad.

Resultaría casi obligatorio comenzar ese periplo por el visionado de “Doce hombres sin piedad”. Los doce miembros del jurado deben deliberar sobre el caso en el que un joven es acusado de asesinar a su padre. El caso parece sencillo, pero ante la desidia de la mayor parte de los miembros del jurado el jurado número 8 -un papel soberbio de Henry Fonda- plantea argumentos que hacen surgir el concepto de duda razonable. Además de la magistral calidad argumentativa -de la puede tomarse buena nota para muchos ámbitos profesionales sean o no jurídicos- esta película es esencial para entender que la duda razonable impide que pueda considerarse a alguien culpable, pero el veredicto que se dicta no es el de inocente sino el de no culpable, y qué importante es que la sociedad comprenda que en ningún caso los jueces podemos tener acceso completo a la realidad que enjuiciamos sino solo a reproducciones más o menos ajustadas de la realidad, y que no culpable significa que no existen elementos suficientes para condenar, y no que exista una absoluta certeza de inocencia.

Como los clásicos nunca pasan de moda, debemos tener también en cuenta “Matar a un ruiseñor” en la que un viudo de raza blanca acepta la defensa de un varón negro acusado de violar a una joven blanca. Se cuestiona en la película, como se hace en la actualidad, el papel de los abogados que defienden a acusados de casos atroces. Un film entrañable y sencillo para exponer el concepto del derecho de asistencia letrada. “Uno es valiente cuando sabiendo que la batalla está perdida de antemano, lo intenta a pesar de todo y lucha hasta el final pase lo que pase”. Creo que merece la pena que escuchen esta frase.

“Filadelfia” la lucha judicial contra la homofobia de la sociedad, de los Tribunales de la época e incluso del abogado que defendía el caso de un homosexual contagiado de VIH y despedido de su empresa por este motivo. Ese tipo de casos que da un vuelco a la jurisprudencia y a la forma en que todos percibimos la realidad gracias a la labor de los Tribunales. El principio de igualdad ante la ley y la proscripción de la discriminación no podían tener un mejor tratamiento cinematográfico.

La española “Te doy mis ojos” que trata sobre los intentos de rehabilitación terapéutica de un maltratador y que hace surgir la pregunta de si es posible la rehabilitación de los delincuentes de género, una rehabilitación que hemos configurado como la finalidad de las penas en nuestro sistema -anticipo ya que muchos sectores parecen tener claro que esta rehabilitación no es posible abogando por una finalidad retributiva de las penas-. La película da pie desde luego a un interesante debate.

Este verano resultaría muy actual en Francia “Las dos caras de la verdad”, sobre un joven acusado de asesinar a un arzobispo que había abusado sexualmente de él. Si no es por la polémica que acompaña siempre a la posible aplicación de eximentes a este tipo de casos, la película merece la pena solo por ver a Edward Norton.

“Presunto inocente”, “Testigo de cargo”, “anatomía de un inocente”, “el juicio de los siete de Chicago” son también muy recomendables, y general cualquier otra que permita a los jóvenes desarrollar una visión critica de aquello que se les vende como Justicia porque “la única cosa que no se rige por la regla de la mayoría es la conciencia de uno” como dijo el genial personaje de Atticus Finch.

 

Elena de Oro Garnacho