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EJEMPLARIDAD_Por Alejandro González Mariscal de Gante
EJEMPLARIDAD
“El camino de la doctrina es largo; breve y eficaz el del ejemplo” (Séneca).
Hoy vengo a rebatirlo. Tarea complicada discutir al estoico.
Parto de la diferencia a la que he acudido en otras ocasiones: la diferencia entre el mundo anglosajón y el continental.
La moral, sobre la que tanto escribió Séneca, es el centro sobre el que orbita la cultura jurídica anglosajona. A falta de códigos, leyes y demás normas escritas, acude a los precedentes dictados por sus Tribunales a lo largo de los años. Con ellos, buscará lograr la convicción en jurados y magistrados de que su tesis es la más “moral”.
Pero no sólo la cultura jurídica, también la sociedad en general, de la que hemos importado la peligrosa “corrección política”. Es la moral social, común a la sociedad y que rige la conducta pública de los ciudadanos.
En el mundo continental, y más concretamente en España, Italia, Francia, nos regimos por códigos y normas escritas. Entendemos que lo mejor para las relaciones sociales es la norma pactada en el poder legislativo. Creamos las leyes y las dotamos del máximo poder, siendo exigibles a todos e imponiéndose a los Tribunales, que sólo nos encontramos sometidos a la Ley pero siempre a la Ley.
La moral, evidentemente, existe (no olvidemos que, al fin y al cabo, Séneca era cordobés), y opera como criterio interpretativo, pero no con prioridad. Es la moral personal, la del propio ciudadano, que opera tanto pública como privadamente.
Pero incorporamos la moralidad social y la corrección política.
En la era de la globalización nos influenciamos recíprocamente y vamos incorporando al acervo aspectos de otras culturas. Generalmente ello promueve el progreso pero, en ocasiones, se hace a costa de perder la identidad. Comenzamos a utilizar como criterio para dotar de validez a una persona su ejemplaridad o lo políticamente correcto que supone. Digo “o” porque son cuestiones diferentes pero, al caso, vienen a asimilarse.
Entonces comenzamos a sustituir el talento, el conocimiento, la preparación, por la dialéctica, la oratoria o la corrección. Vemos que se exige a los Tribunales que sean “correctos” en sus decisiones, y ante la incorrección política de los Fallos, criticamos la decisión desde la perspectiva moralista. Entramos en la deriva de exigir a todo poder público, a todo personaje relevante, una conducta ejemplar.
Y ¿qué ejemplo empleamos? El que nos dicta la moral social general. Ante la ausencia de una, adoptamos los criterios anglosajones, instalados hace siglos y que nos sirven como mecanismo de control.
Y ello no será un problema si lo prioritario es el conocimiento técnico, pero cuando la técnica es compleja y no podemos comprenderla, para “controlar” nos limitamos a la ejemplaridad y, poco a poco, se convierte en el único aspecto exigible para todo lo relevante.
Esto riñe con el arte que por definición tiene que ser emotivo y, en consecuencia, puede tender a ser rupturista o conflictivo. Pero también con toda labor trascendente, pues comienza a importar menos el resultado que la ejemplaridad de este.
Vemos como un actor mundialmente famoso abofetea a un humorista en una gala de cine y se pide que se le quite el premio obtenido unos minutos después. Priorizamos la ejemplaridad al talento. Hoy sabemos que se le va a impedir acudir a cualquier acto formal de la Academia durante 10 años. Se avergüenza la conducta y se reprime sancionándola. Mejor opción que mezclar churras con merinas, claro.
¿Cómo coexiste la corrección política con la libertad de expresión? Evidentemente, no es que una bofetada suponga una elevada tesis. No hay lugar para la violencia en esta sociedad. Ahora bien ¿debe criticarse el talento de una persona porque no resulte ejemplar? Quienes dieron solución al “bofetadagate” no opinan así.
Un jugador de tenis excepcional, rebosante de títulos que lo acreditan como uno de los mejores tenistas del mundo y, en fin, deportistas de la historia. No contento con ello, es ejemplar en la victoria y en la derrota. Demuestra con cada declaración la corrección absoluta, lo que se espera del ideal. Es, en términos semánticos, el hombre ideal. Si rompiese una raqueta por fallar un punto no mermaría un ápice su talento o excepcionalidad deportiva. Quizás si su ejemplaridad.
Quizás el error reside en buscar los ejemplos en lugares recónditos. Entiendo que el ejemplo no debe buscarse en cualquier persona relevante. La ejemplaridad, la educación, se obtienen en las familias, las escuelas, las universidades. El problema puede deberse, entonces, en que ante la falta de ejemplos, buscamos otros fuera de dichos ámbitos.
Y no debe negarse el efecto inspirador de ciertos personajes relevantes, o el aprendizaje que obtenemos de sus conductas, sus manifestaciones. Yo utilizo, a menudo, frases lapidarias atribuidas a algunos de ellos (algún día espero descubrir si Churchill dijo todas esas cosas que dijo).
Pero debe ser complementario de la educación recibida, que nos da sentido crítico y nos permite construir nuestros propios pensamientos, para que los personajes nos inspiren pero no constituyan el eje sobre el que construir nuestro comportamiento, nuestra ética.
Quizás la crítica no es a la ejemplaridad, sino a la educación del ciudadano. Quizás no es a la corrección política, sino al espíritu crítico. Quizás.
Si sustituimos nuestros propios pensamientos, nuestra cultura, por la reproducción de las conductas de nuestros ídolos, descubriremos que tienen pies de barro, pues son humanos, y que somos tremendamente injustos por exigirles una ejemplaridad que no podrían cumplir. Son tan humanos como los demás.
Así que, al final, no voy tanto a discutir a Séneca (tarea un tanto pretenciosa) que se refería a predicar con el ejemplo, sino más bien, a los modelos de conducta que escogemos.
No podemos exigir a los personajes relevantes que prediquen con el ejemplo en todos los aspectos de su vida. Defiendo la inspiración que nos brindan. Nos permite auparnos.
Pero si debemos exigir la mejor preparación, la mayor educación y técnica. Aunado con un gran talento permitirá personajes públicos relevantes y trascendentes. Promoverán mejoras sustanciales en la sociedad y la mejorarán.
Los modelos de conducta están en casa, en las escuelas y universidades. No adoremos ídolos, puede que nos llevemos una bofetada.
Alejandro González Mariscal de Gante
Juzgado de lo Contencioso-Administrativo nº 2 de Palma de Mallorca